la dicha

La cumbre de la dicha reposaba en nosotros

el punto álgido de la felicidad

tan ansiada desde niña.

Ahora es irrelevante

cuántos cuerpos ajenos

escale

– otras mentes ni planeo explorarlas. 

No hay manera de alcanzar

un nivel semejante.


Solo el recuerdo implacable

de la calma transmitida

por tus labios

alimenta el engaño

que me permite seguir respirando.

Solo a base de reescribir 

cada momento compartido

puedo ser no solo partícipe

sino también espectadora

de nuestra historia...


y autoconvencerme.

Puede que algún día vuelvas a ser tú,

y yo entre tus brazos.

De esta disparatada ilusión dependo

para mantenerme viva.

A través de ella 

fluye mi sangre,

bombea el corazón. 


Permíteme que los recuerdos sean eternos 

y no se esfumen

con tanta rapidez

como se han esfumado las palabras 

que creí seguiríamos intercambiando.

Es por eso que toda mi poesía

es tuya, amor.

Para seguir manteniéndote, 

viéndote,

fijo en una página

y disperso en cada pensamiento

que compongo. 

Real o bucólicamente premonitorio.


Seguiré haciendo uso

de este truco,

al menos hasta que llegue

tu día.

Solo entonces estaré lista para morir también,

cuando desaparezcas de este mundo 

y por ende

no valga la pena existir en él. 


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