sofia.
La noche se levanta sobre mis ojos, la luna llena es cubierta por el humo que forma mis labios. En mi mano derecha la rebelión, mientras la izquierda descansa sobre el cristal que me impide caer. Ante mí se encuentra la ciudad desconocida, rodeada por el dibujo de unas montañas extrañamente distintas a cualquiera que haya visto antes. Se escuchan conversaciones en un idioma ajena y eso llena mi corazón de una felicidad indescriptible. Diviso el tranvía, el mismo que el día anterior me había permitido dejarme llevar sobre los railes viendo los grises edificios, las iglesias de verdes cúpulas, los mercados de antigüedades, la amabilidad del ser humano y el cálido agua de manantial. Cómo es posible que encontrase aquí mi hogar, cómo es posible que cualquier lugar lo sienta como un hogar para mí, cualquiera menos el que se supone que ya lo es. Los días parecen infinitos, él se fija en mí cuando ambos sabemos que me desvaneceré. Desde la azotea del hotel observo la panorámica de mi anhelo posterior, mientras caigo en la cuenta de que lo sentido no volverá y que jamás volveré a ser testigo de una luna igual de brillante. Tengo que despedirme aún sabiendo que esa despedida va también dirigida a la parte de mí que se queda, por siempre, grabada en estas calles. Una vez me vaya, los días vividos ya no parecerán haber sido infinitos, más bien parecerán haber sido un sueño.
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